lunes, 10 de septiembre de 2012

MORALINA VENDO QUE PARA MÍ NO TENGO


Tras leer el ¿artículo? – en un momento entenderán ustedes el porqué de los interrogantes – de César Molinas en El País, solo puedo concluir que espero que el resto de la teoría que pretende desarrollar en el libro del que forma parte tal escrito esté mejor argumentado porque lo que yo percibo no es más que un pastiche de clichés y tergiversaciones al servicio de una ideología neoliberal muy propia de un gurú de Fedea y ex trabajador de Merril Lynch.

Dice el señor Molinas, tras haber visto la luz pues de lo contrario no se entiende que hace 5 años negara la crisis, que la culpa de nuestros males se halla en una clase política que es incapaz de acometer las reformas que el país necesita porque ello conllevaría el fin de una élite cuyo modus operandi y vivendi está basado en un modelo de captación de rentas con el que es imposible generar riqueza que revierta una sociedad cada vez más ahogada por los recortes y las subidas de impuestos.

Su argumento, a simple vista, parece una buena radiografía de la situación actual si no fuera porque se echa en falta una reflexión sobre el poder corruptor del sistema financiero y porque la comparación demagoga que utiliza para sustentar su razonamiento termina convirtiendo su teoría en algo contradictorio y paradójico.

No observo yo mucha coherencia en el hecho de comparar las reivindicaciones laborales de un colectivo de trabajadores, en este caso los controladores aéreos, con una clase política dedicada a “fraguar planes urbanísticos en complejas y opacas negociaciones” (SIC).

Para empezar, estos profesionales, son asalariados, cobran una nómina y pagan sus impuestos como cualquier español de a pie. Poco margen tienen para operaciones fraudulentas y, ni qué decir tiene, para acumular múltiples cargos en consejos de administración varios que les puedan reportar pingües beneficios, pues a poco que uno se informe, sabrá que para un controlador es incompatible trabajar en AENA a la par que en otra empresa.

Para continuar, y he de decir que esto ya me da un poco de pereza, el autor obvia que el cierre del espacio aéreo fue una decisión patronal y que los controladores no tienen potestad alguna para tomar tal decisión, con lo que podemos colegir que en realidad acabaron pidiendo disculpa por unos desmanes de los que no fueron responsables como ya demuestran varias sentencias. Quizá no se esté en la obligación de saberlo, pero entonces lo recomendable es no dártelas de erudito haciendo comparaciones que convierten tu artículo en algo que irá a parar a los anales de la todología de la que, por otra parte, tanto gustamos en este país.

Habla don César Molinas de burbujas inmobiliarias y levantamientos de infraestructuras innecesarias llevadas a cabo por constructoras que acaban siendo adjudicatarias de un servicio deficitario que provoca agujeros que tapan las cajas y acabamos pagando los ciudadanos.

Es curioso que se quede en la superficie y no vaya más allá para inferir lo que verdaderamente ocultaba el conflicto de los controladores aéreos: la necesidad de justificar la privatización de AENA visto el socavón cercano a los 15.000 millones de euros que provocó la fiebre de construir aeropuertos faraónicos. ¿No le extraña en este caso que las empresas constructoras de esos aeropuertos se posicionen como candidatas a adjudicarse la concesión?

Detecto también en la disertación del señor Molinas un cierto rechazo a la defensa de los derechos laborales, refiriéndose a ellos como intereses personales. Como persona docta que es, le supongo en el conocimiento de que en este país existe el derecho a huelga y a él hay que recurrir cuando se consideren que se están conculcando derechos establecidos en el estatuto de los trabajadores. Aunque parece que los controladores no lo tienen, vistos los servicios mínimos del 110% que les asignaron en la última huelga general.

No obstante, el súmmum de la demagogia se concentra en esta afirmación: “Los controladores presentaban la defensa de su interés particular como una defensa de la seguridad del tráfico aéreo”. (SIC)

Empieza a hastiarme este discurso moralizante y populista que no busca más que el enfrentamiento entre colectivos usando el manido recurso del paternalismo igualitario mediante el que nos pretenden hacer creer que todos los trabajos son iguales y que el que piense lo contrario se cree un privilegiado  por encima del bien y del mal.

Una vez más hubiera sido recomendable que este señor se hubiera documentado en condiciones y hubiera leído sobre la investigación que Bruselas tiene abierta, merced a la ATC Petition, sobre como repercuten las condiciones laborales de los controladores en la seguridad aérea o sobre la labor que APROCTA hace para tratar de poner algo de orden al caos en que se ha convertido la navegación aérea de este país o sobre las decenas de incidentes que la AESA no investiga. ¿Será que su nivel de exigencia no va más allá de una investigación de cara a la galería que acabe culpando al que ya no se puede defender?

Me va a permitir que le diga, señor Molinas, usando una comparación a las que tan aficionado es, que si usted tiene un mal día como mucho provocará una réplica afilada por parte de sus adversarios ideológicos o un ataque de risa floja entre los lectores que, a salvo de adoctrinamientos, consigan terminar de leer sus teorías de tecnócrata neoliberal. Pero si profesionales como médicos, pilotos, arquitectos o controladores tienen un mal día, pueden matar a personas y no creo yo que, más allá de la responsabilidad civil y penal que conlleva, haya quien levante cabeza si se le cae un avión con 150 pasajeros a bordo.

Y es que de un tiempo a esta parte, los adoctrinados que van de eruditos pero no son más que vendedores de moralina barata me producen aburrimiento. Y que me la intenten colocar desde un medio que va de progresista pero que tiene que dar explicaciones a Inspección de Trabajo por las condiciones en que tiene a sus becarios o que se nutre de blogueros a los que paga en especie, entendiendo el prestigio de escribir para ellos como tal, ni les cuento.

jueves, 6 de septiembre de 2012

MÁS ALLÁ DEL CONTINENTE


Hay ciertas compañías aéreas que, por qué no decirlo, despiertan mi antipatía. De entre todas ellas Ryanair se lleva la palma con esa política de empresa mediante la cual el pasaje queda reducido a ganado y sus tripulantes de cabina a anunciantes del estilo teletienda. Si todas las desventajas fueran esas, mi aversión quedaría reducida a una mera cuestión de incomodidad pero lo realmente preocupante del asunto es la interpretación laxa que tienen de los protocolos de seguridad. Esta semana, de nuevo, un avión de la compañía irlandesa pidió preferencia para aterrizar en Lanzarote por ir corto de combustible.

Habrá usuarios que ya tengan la mosca detrás de la oreja con tanto cúmulo de incidentes acontecidos en las últimas semanas. Otros simplemente pensarán que al señor O’Leary le están creciendo los enanos, pero es realmente extraño que sus procederes no hayan salido a la luz hasta ahora cuando la verdad es que llevan años jugando al límite. Consecuencias de construir aeropuertos que solo responden a la cultura del pelotazo para luego justificarlos con una rentabilidad aparente vía subvenciones sin las que las compañías de bajo coste no operarían simplemente porque no les saldrían las cuentas.

Cierto es que Ryanair está en el punto de mira estos días por su mala praxis pero no es menos cierto que hay otras muchas compañías de las denominadas low cost que operan con procedimientos parecidos y eso debería, cuando menos, levantar nuestras suspicacias.

Este verano sin ir más lejos, servidora ha volado con una de ellas. Intentar cuadrar calendario, horario y destinos no es tarea fácil y para colmo este tipo de compañías están copando rutas con lo que la tarea de hallar alternativas se convierte en algo así como una quimera.

Regresé de Nevşehir con Pegasus Airlines, una compañía turca participada en sus inicios –allá por 1990- por la irlandesa Aer Lingus que acabó vendiendo todas sus acciones dejándola en propiedad de Esas Holding. El negocio ha ido creciendo hasta acaparar una cuota de mercado cercana 5 millones de pasajeros al año en Turquía y tiñéndose de ese aparente dinamismo, originalidad y eficacia que ofrecen las low cost.

Pegasus ha encargado a una empresa de comunicación un simpático vídeo donde unos niños, en sustitución de los habituales TCP, escenifican las explicaciones del procedimiento a seguir en caso de accidente. Obviamente se trata de que el pasajero preste la atención que ya no le despiertan los profesionales haciendo su labor en el pasillo del avión justo antes del despegue.

La medida es vistosa pero de eficacia perecedera a poco que vueles con ellos dos veces pues no es necesario ser un experto en psicología para entender que la atención que prestas es directamente proporcional al número de veces que te subes en un avión. Aunque lo que realmente me fascina del tema es el rol a la que estas compañías vienen relegando a estos profesionales. ¿En qué se está convirtiendo un TCP? ¿Son conscientes los usuarios de que su labor principal no es servir refrigerios cual avezados mozos sino ayudar a evacuar una aeronave? En un trayecto de cuatro horas los vi salir tres veces, siempre para atender demandas consumistas, nunca para cerciorarse de que el pasaje estaba bien.

En pos del igualitarismo paternalista estamos cayendo en unas simplificaciones absurdas: ni un piloto en un taxista, ni un controlador un guardia urbano, ni un tripulante de cabina de pasajeros un camarero. Y puestos a que me anuncien las maravillas de una aerolínea, me encantaría que además de decirme que tengo la posibilidad de hace el check-in vía móvil, me informasen sobre si respetan los turnos y descansos de sus profesionales, si están formados y capacitados o de si su política de empresa contempla que empleados cualificados hagan las revisiones pertinentes así como que se cargue el combustible necesario para hacer frente a situaciones de emergencias, por ejemplo. Pero ya se sabe que vivimos en tiempos donde solo parecen importar el aparador, las candilejas y el continente. Del contenido solo nos acordamos cuando vienen mal dadas.